Yo me ofendo, tu te ofendes. Un gran problema de comunicación.

Cada vez me asombra más como la gente se ofende, o se distancia de otros por pensar que algo estuvo mal.
Desde que nacemos comenzamos a comunicarnos. Por señas, por sonidos, por muecas. Luego, milagrosamente comenzamos a hablar.

Pareciera que un gran porcentaje de las personas, perdemos esa capacidad a lo largo de los años. Y he visto que las razones son varias. Entre tantas, he escuchado:

-Me da vergüenza decirle lo que pienso
-Para que voy a perder el tiempo, no me va a entender
-Si le digo lo que me pasa se va a ofender o a enojar
-Si hablo, es para pelea, mejor no lo hago
-Ya no tiene sentido hablar, se lo he dicho varias veces, y no me entiende
-Si hablo de lo que me molestó, va a pensar que el equivocado soy yo.



Y podría continuar con la lista. Como por ejemplo, directamente, quedarse callado, y ni siquiera pensar en la posibilidad de hablar, pensando que el otro, tiene que darse cuenta sólo de por qué yo me distancio.
Cuantos errores comentemos! Parece mentira como, cuanto más grandes somos, más inmaduros nos volvemos. Tanta gente se ha distanciado de otra solo por no hablar, solo por no aclarar lo que le pasa, lo que le pareció mal del otro. Y pensar que el otro, en la mayoría de las veces ni se ha percatado de esta situación, y nos sigue esperando.

Tenemos que comunicarnos más, hablar más, intentar más.
Los grandes silencios, nos llevan a la separación, a la distancia, a la pérdida.
Tenemos que cobrar más confianza en nosotros mismos. Saber que si somos suaves, y medimos nuestras palabras al hablar, intentando ponernos en el lugar del otro, no podemos herir a nadie. Todo lo contrario, podemos construir puentes, donde hay un abismo.

El habla es la herramienta más poderosa del ser humano para interactuar con el otro. El poder de la palabra, va más allá de cualquier mala interpretación de alguna de las partes.

Tenemos el derecho de comunicarnos, y tenemos el deber de no dejar dudas ni en nuestra cabeza ni en la del otro. Si lo logramos, nuestra vida y nuestro entorno será mil veces más armonioso y nos sentiremos en paz.

Cuántas veces llegaste a tu soledad, y pensaste en que pudiste haber dicho tal o cual cosa?
Cuántas veces repasaste una charla en tu mente y supiste que faltó decir algo?
Cuántas veces no te animaste a expresar tus sentimientos por miedo, por vergüenza, o simplemente por no estar seguro?

Pidamos disculpas, pidamos explicaciones, pidamos que nos hablen, demos la palabra, demos nuestra opinión. Atrévete a usar ese poder, y anima a otros a que lo hagan contigo y con su entorno. Agrandemos nuestros oídos cuando debamos escuchar, y agilicemos nuestra boca cuando tengamos que hablar.
Alcemos nuestra voz, elevemos el alma. Te invito a ser más niño, y a reclamar y a dar lo mejor de ti. Y Recuerda:

“Hoy, cuando necesites decir la verdad, ten el valor de abrir tu corazón a la vez que tu boca. Y cuando necesites oír la verdad, ten la fortaleza para abrir tus oídos y cerrar tu boca.”

Un gran abrazo, para tí que lees esto

Natalia

1 comentario:

  1. muy cierta la reflexion pero hay gente tan necia que aunque le digas en su cara que esta mal no lo asepta ni lo quiere aseptar que se ase en esos casos

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